Harry Epstein encontró paz
En nuestro hogar no había paz. Mis padres trataban de mantenerse fieles las leyes judías, sin embargo, a menudo se sentían infelices e insatisfechos. En Yom Kipur, por ejemplo, ayunábamos y orábamos durante veinticuatro horas por el perdón de los pecados. Al final de ese día, esperábamos haber sido perdonados, pero no teníamos plena certeza de ello. Mi corazón estaba lleno de dudas. Tiempo después, fui a la academia de arte. Mi vida era miserable y me sentía inquieto. Trabajé duro y construí una reputación, aunque llevaba una vida de desenfreno. Dejé de asistir a la sinagoga, incluso dejé de orar y, finalmente, llegué a estar totalmente hastiado de la vida.
Educación ortodoxa
Nací en Sioux City, Iowa. Mis padres son judíos ortodoxos y me enseñaron las tradiciones judías. Fui a una escuela judía, estudié hebreo, estudié la Torá e iba fielmente a la sinagoga. A los trece años, me convertí en Bar Mitzvá, y eso fue una gran fiesta. Recité por primera vez la bendición sobre la Torá y, al fin, como un verdadero israelita, podía participar en el servicio en la sinagoga, de acuerdo con el Talmud judío. Ahora, todos los días debía leer las mismas oraciones en el libro de oraciones que el rabino me había dado, junto con los tefilín y el manto de oración. Yo leía las oraciones en hebreo sin entenderlas, pero no me atrevía a pedir que me las explicaran porque temía que me castigaran. Yo no sabía nada sobre el cristianismo. Había aprendido que los judíos no tienen nada que ver con Jesús y que él es el dios de los no judíos. Cuando era niño, fui intimidado por compañeros de clase que eran cristianos. Ellos me regañaban y me miraban en menos. Yo odiaba la fe cristiana y le tenía aversión a la señal de la cruz.
Me faltaba «algo»
Más tarde, nos mudamos a California y, allí, debí pasar unos meses en el hospital. Yo no quería creer que había un Dios; sin embargo, cuanto más me alejaba de él, más desafortunado me sentía. Aunque sólo tenía diecinueve años, estaba cansado de la vida y todo me parecía oscuro. A menudo, no podía dormir. Cuando miraba las estrellas, me preguntaba quién había hecho todas estas cosas. Mi salud mejoró, pero no había paz en mi corazón. Frecuentemente, me sentía desesperado y quería suicidarme. Cuando volví a casa con mis padres, no recibí de parte de ellos ninguna comprensión para mi necesidad espiritual. Sentía que me faltaba «algo», pero no sabía qué.
Sermón en la calle
Una tarde de domingo, pasé frente a la sinagoga Hebreo-Cristiana y, casualmente, escuché el sermón que estaba siendo predicado en la calle. Por primera vez en mi vida, escuché a judíos testificar acerca de Jesús. ¡Me sorprendió ver con cuánta alegría y gozo hablaban de Aquel en quien habían encontrado al Mesías Judío! Entré a la sinagoga y escuché con mucho interés un sermón del Dr. Arthur Michelson. Él explicaba que Jesús era el Mesías Judío, acerca del cual hablaron Moisés y los profetas. Finalmente, dijo: «Si hay alguien que quiere aceptar a Jesús como su Salvador y Mesías, puede venir al frente». Sentí dentro de mí el impulso de ir, pero el miedo me detuvo.
Después del servicio, un hombre vino a mí y me preguntó si deseaba entregar mi corazón a Jesús. Él era amable y, con su brazo sobre mis hombros, me aseguró que, si lo hacía, experimentaría la misma alegría y gozo en mi corazón que los otros judíos, a quienes había escuchado testificar acerca de él. El amor que me mostró me conmovió tanto, que llegué a estar más consciente que nunca de la condición miserable en la que me encontraba.
Paz
Cuando llegué a casa, sentí que algo había cambiado dentro de mí. ¡Ahora sabía lo que me faltaba, pero tenía miedo de mis padres! Esa noche, pensé en lo grandioso que debía ser Jesús como Salvador: Él era capaz de llenar a todos esos hombres y mujeres judíos con tanta alegría y gozo. Por primera vez en mi vida, me puse de rodillas y oré. Cuando me levanté, me sentí bendecido, y esa noche dormí mejor de lo que había dormido en mucho tiempo.
Cuando desperté, mi primer pensamiento fue: «Necesito a Jesús». Escuché la voz de mi corazón y fui a ver al Dr. Michelson. Él se arrodilló junto conmigo, y yo le entregué mi corazón a Jesús. El Espíritu Santo me llenó, y Cristo me dio la paz y la alegría que yo tanto deseaba. Cuando me levanté, todo parecía diferente, y yo rebosaba de alegría. Era una persona nueva y tenía nuevo ánimo para vivir, a través de Jesús, que murió por mí. Todos mis pecados fueron perdonados por Él, que me dio su sangre. Por fin tenía certeza acerca de mi salvación. Cada día aprendía más acerca de su amor, poder y gloria. Reconozco que Jesús es el Mesías prometido por Dios, Él es el que cumple las promesas registradas en el Antiguo Testamento. Encontré a Aquel a quien estaba buscando: mi Salvador, Jesucristo.
Aún judío
Entonces, llegó el día más hermoso de mi vida, cuando testifiqué a muchos judíos y no judíos acerca de mi fe en Jesús, y me uní a Él en su muerte a través del bautismo. Con gran alegría, me sumergí en las aguas: la tumba de mi «viejo hombre», para resucitar con Cristo a una «nueva vida», dedicada a Dios.
El gran temor que los judíos tienen acerca del bautismo viene de la idea de que un judío bautizado es hipnotizado para que obedezca en todo. Los judíos piensan que todo judío convertido se ve obligado a bautizarse y que, durante esta ceremonia, le queman una cruz en su brazo, en el lugar donde antes usaba su Tefilín. Están convencidos de que, a través del bautismo, el judío deja de ser judío y queda excluido de su pueblo para siempre. Después de mi bautismo, mi madre me preguntó si me habían marcado con una cruz mientras oraba. Su pregunta me puso muy triste. Le respondí: «Querida madre, ninguna cruz ha sido grabada en mi cuerpo, y tampoco lo será, sin embargo la cruz de Jesús está grabada a fuego en mi corazón». Ahora, mi mayor deseo es traer Su luz a la oscuridad espiritual de mi pueblo.
Fuente: Arthur U. Michelson. My Life Story: Out of Darkness into Light. The Jewish Hope Publishing House.