Jacob Gartenhaus, «Prefiero morir antes que renunciar a Él» (1896-1984)
Si en mi juventud alguien me hubiera dicho: «Si no te conviertes al cristianismo, te vamos a matar», mi respuesta habría sido: «Entonces quítame la vida, porque prefiero morir antes que creer en ese Cristo de ustedes». Sin embargo, ahora yo preferiría morir antes que renunciar a Él. Ahora sé que mi vida no tiene sentido sin él.
No quería ni oír el nombre de Jesús
Nací y crecí en una familia judía estrictamente ortodoxa en Austria. Desde la temprana edad de tres años, pude disfrutar de mucha educación judía, porque mis padres me habían destinado a convertirme en un rabino. Cuando salía de casa, caminaba por la vereda de la izquierda, porque a la derecha de la calle había una iglesia. Nunca se me permitió acercarme a una iglesia, ni siquiera mirarla. Cada vez que oía el nombre de Jesús, me tapaba los oídos para asegurarme de no tener que escucharlo por segunda vez. Yo nunca había oído a un Judío mencionar ese nombre; después de todo, eso era un pecado mortal.
La historia de mi hermano
Poco antes de emigrar hacia América, decidí pasar un día con mi hermano en Viena. Hacía mucho tiempo que él había salido de la casa de mis padres, y ahora, ya se había graduado de dos de los más prominentes rabinatos. Tan pronto como llegué, me contó acerca de una experiencia que había cambiado totalmente su vida: Un hombre en la calle le dio un libro que parecía ser un Nuevo Testamento. Su primera reacción fue devolvérselo inmediatamente o, incluso, romperlo. Sin embargo, la curiosidad pudo más que él y, oculto en su bolsillo, lo llevó a casa y empezó a leerlo en secreto. Se sorprendió grandemente al encontrar en la primera página muchos nombres conocidos, como Abraham, Isaac, Jacob y muchos otros. Continuó leyendo hasta llegar al Sermón del Monte en Mateo 5, que lo impresionó profundamente. ¿Cómo podía ser éste un libro pecaminoso, cuando contenía fantásticas enseñanzas como estas? ¿Cómo podía ser Jesús un traidor, si enseñaba estas cosas tan hermosas? Después de todo, Él llamaba a la gente a arrepentirse y creer en Dios.
Prefiero morir
Mi hermano me contó que se sintió tan fascinado por el Nuevo Testamento, que lo leyó entero en una noche. Luego, empezó a comparar las profecías del Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento. Pasaron unas ocho horas antes de que terminara de contarme su historia. Cuando comenzó, me parecía estar soñando, pero poco a poco, se convirtió en una pesadilla para mí. Recuerdo que mis últimas palabras antes de irme fueron: «Tú puedes creer en ese Hombre, pero yo preferiría morir antes que creer en Él.» Me marché dejando a mi hermano con un corazón destrozado.
Cartas rasgadas
Poco después haber llegado a los Estados Unidos, recibí una carta de mi hermano en que me animaba a examinar las Escrituras. Rompí la carta, pero luego llegó una segunda carta, más larga, con profecías del Antiguo Testamento y su cumplimiento en el Nuevo Testamento. También rompí esa carta. Una tercera carta llegó y, finalmente, una cuarta, en la que mi hermano me decía que vendría a los Estados Unidos. Lo fui a encontrar al barco y le dije muy claramente que si queríamos vivir en paz, no iríamos a discutir acerca de asuntos religiosos.
Maná del cielo
Los días pasaban y mi hermano nunca hablaba una sola palabra acerca de su nueva creencia. Sin embargo, yo no podía evitar sentir que él tenía algo que a mí me faltaba: una paz que el mundo no puede dar ni quitar. Pero, aunque yo anhelaba tener esa paz, me negaba a aceptar a Aquel que podría darme esa paz.
Con el tiempo, empecé a mostrar cierto interés. Leí algunos folletos de mi hermano e incluso visité algunas reuniones. Entonces decidí recurrir a la única fuente confiable, la Biblia. Durante horas, estudié las profecías del Antiguo Testamento y las comparé con su cumplimiento en el Nuevo Testamento. Recuerdo que me tomó toda una noche y todo el día siguiente. Estaba tan completamente absorto en ello, que ni siquiera me di tiempo para comer. Mirando hacia atrás, me doy cuenta que yo ya estaba disfrutando del maná del cielo.
¡Lo encontré!
Un día, fui con mi hermano a una reunión de oración. La consecuencia de eso fue una noche de insomnio y un doloroso examen de consciencia. Pocos días después, asistí a una reunión en la iglesia. Cuando se dispusieron a orar en silencio, oí una atrayente voz dentro de mí. La voz que me había impulsado a ir a la reunión de la iglesia, susurró: «Tú también tienes que orar. El tiempo de la misericordia ha llegado para ti. ¡No te demores!» En ese momento, se produjo un cambio dentro de mí. Me regocijé: «¡Lo encontré! ¡He encontrado al Mesías!» Una enorme paz y alegría fluyeron a través de mi alma; tanto, que salí de la iglesia corriendo a la calle, para anunciar a gritos mi nuevo descubrimiento en yidis. Pronto percibí que el resto del mundo no compartía mi entusiasmo. Enemistad y golpes me estaban esperando. No mucho tiempo después, sentí el llamado para el trabajo de evangelización. A pesar de las decepciones, las preocupaciones y la baja respuesta, creí que vendrían tiempos mejores. De hecho, mucho ha cambiado desde entonces. Las puertas cerradas se han abierto y los corazones de piedra se han ablandado. El libro prohibido, el Nuevo Testamento, está siendo leído y estudiado en todo lugar.
José y sus hermanos
Lo que está ocurriendo en nuestros días, se puede muy bien comparar con la historia de José y sus hermanos. Como bien recordarás, José fue despreciado, calumniado, traicionado, y su familia creyó que había muerto. Las circunstancias llevaron a los hermanos cara a cara con aquél a quien habían rechazado y de quien pensaban que estaba muerto. Pero cuando hubo hambre en todo el mundo, fue José quien salvó a sus hermanos y a todo Egipto de la muerte por inanición. Similarmente, alrededor de todo el mundo, Israel se está volviendo consciente de un hambre espiritual, con el resultado de que muchos están recurriendo a Aquel a quien habían rechazado. Están siendo reconciliados con Él y con el Nuevo Testamento, que antes habían despreciado.
En los sesenta años que han pasado desde mi encuentro con Yeshúa, el Señor ha querido utilizarme para ganar a cientos de su pueblo para Él. Ellos, a su vez, han alcanzado a otros con el Evangelio.