Michael Brown, ¿cómo podría yo, un Judío, creer en Jesús?

Michael BrownEl Judío Michael Brown ha escrito libros y artículos que han sido traducidos a más de una docena de idiomas; ha debatido y dialogado con rabinos en radio y televisión. Obtuvo un doctorado en ‘Lenguas y Literaturas del Cercano Oriente’, de la Universidad de Nueva York. Como profesor invitado, ha dado conferencias en los principales institutos de teología, y se ha desempeñado como presidente de dos Institutos bíblicos. ¡Todo esto comenzó después de un giro radical en su vida!

«¡Estoy, ardiendo en el infierno! ¡Estoy, ardiendo en el infierno!»

Sólo tenía dieciséis años de edad, sin embargo, podía consumir mayor cantidad de drogas que cualquiera de mis amigos – ¡y vivir para alardear de ello! Hasta que tomé suficiente mescalina para treinta personas, y entré en delirio, totalmente desorientado, y me perdí a sólo dos cuadras de casa. Me senté en el suelo en tormento mental. Pensé que me había muerto y me había ido al infierno.
Entonces, un amigo de mis padres pasó por allí, paseando a su perro. «¡Me estoy quemando en el infierno!» Grité, preguntándome por qué estaría paseando a su perro en el infierno.
Tan pronto como se fue, tomé una decisión: «Voy a saltar en frente del próximo coche que pase» A los pocos minutos, un coche viró rápidamente la esquina. Salté a la calle justo delante del coche, levantando mis manos al aire. El coche se detuvo chirriando a pocos centímetros de mi cuerpo. ¡Eran mis padres! El hombre con el perro les había dicho lo que había visto.

Un proceso maravilloso

Nací en la ciudad de Nueva York en 1955. Mi educación fue la típica de la mayoría de los niños Judíos conservadores de Nueva York. Mi música favorita era el rock, y después de mi Bar Mitzvah, me interesé en tocar en una banda. Yo quería ser un baterista de rock, y todos mis modelos a seguir eran conocidos por su uso de drogas pesadas, rebelión y flagrante inmoralidad. ¡Yo quería ser como ellos! Usé pot y hash, ups downs y LSD, y más tarde incluso heroína. A pesar de eso, yo realmente me consideraba una buena persona. Durante la primavera de 1971, mis dos mejores amigos (y miembros de mi banda) comenzaron a asistir a una pequeña iglesia que predicaba el evangelio. ¿Por qué? ¡Porque les gustaban dos chicas que asistían allí! ¿Y por qué iban las chicas? Porque su tío era el pastor y su padre estaba orando por ellas. Luego, en agosto, yo también fui a la iglesia. ¿Por qué? ¡Porque quería sacar a mis amigos de allí! Estaban empezando a cambiar, y eso no me gustaba. Podrás adivinar lo que pasó. ¡Perdí la batalla! El amor de las personas comenzó a romper mi terco orgullo, y , aunque yo no lo sabía, sus oraciones comenzaron a tener un impacto. De hecho, me empecé a sentir culpable por las cosas sucias que estaba haciendo. Comencé a sentirme incómodo con mi estilo de vida, a verme más como un imbécil que como un adolescente cool.
No tenía ni idea de que esto era algo que se llama «convicción», un proceso maravilloso a través del cual Dios nos muestra lo enfermos que realmente estamos – con el fin de sanarnos.

¿Cómo podría creer en Jesús?

Cuando por fin volví a la iglesia en noviembre, algo completamente inesperado me pasó. Por primera vez en mi vida creí que Jesús murió por mí (en otras palabras, Él pagó el castigo que yo merecía, Él murió en mi lugar), y que resucitó de entre los muertos. Pero para mí, un Judío (incluso un Judío no religioso), ¿cómo podría yo creer en Jesús? Para mí, Jesús era sólo para los gentiles.
Sin embargo, había un problema mucho más grande al cual me enfrenté: Seguir a Jesús y entrar en una relación correcta con Dios significaba que tenía que apartarme de mis pecados. ¡Yo no quería hacer eso! Además, yo era demasiado orgulloso para admitir que podría estar equivocado. Pero de alguna manera, la bondad y la paciencia de Dios vencieron mi terquedad, mi orgullo, mis hábitos pecaminosos, y mis malentendidos religiosos. El Padre celestial intervino en mis asuntos, haciéndome saber que yo era culpable a su vista, dejando al descubierto la corrupción de mi corazón, y me mostró un camino nuevo y mejor. A finales de 1971 ¡yo era un hombre nuevo!