Rebecca de Graaf nunca pronunciaría el nombre de Jesús
Mis padres eran Judíos y mis dos abuelos eran Judíos devotos. Mi hermana y yo íbamos con ellos a la sinagoga en La Haya y en Leiden. Estudié música en el Conservatorio Real, me gradué en piano y entré en la vida del espectáculo. En suma, fue una vida de diversión, con los habituales «altibajos». Casi no practicaba mi religión, al igual que miles como yo, pero sabía que era Judía. Creyendo en Dios o no, de acuerdo a nuestros líderes, un Judío siempre seguirá siendo Judío. Pero en 1932, cuando tenía 25 años de edad, tuve que hacer frente a una gran decepción en mi vida. Yo no veía ninguna salida y me fui a mis amigos Judíos. Ellos no podían ayudarme; ellos tampoco tenían un Ayudador para sí mismos. Yo debía encontrar la salida por mí misma.
En ese tiempo teníamos una tienda en el centro de La Haya. Me gustaba visitar a nuestros vecinos que también tenían una tienda. Ellos no eran Judíos, sino creyentes verdaderos, que vivían de acuerdo a su fe. Un día encontré una Biblia en el fondo de su tienda. Yo nunca antes había leído la Biblia, y «por coincidencia» la abrí en Juan 5:39, donde dice: «Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí». Aquí Jesús nos habla a nosotros, los Judíos. No me gustaba el nombre de Jesús; además, yo nunca pronunciaba ese nombre. Ese nombre era para los gentiles, no para nosotros. Pero me di cuenta de que yo en realidad no conocía nuestro propio Tanaj, y que Jesús tuvo que llamar mi atención precisamente a eso. Decidí que iba a ir a leer la Biblia.
Un Dios personal
Leí la Biblia de principio a fin. Era como me dijo una vez un escriba Judío en Jerusalén: «Cuando sostenemos la Biblia, la Biblia nos sostiene a nosotros». Había partes que no entendía en absoluto, pero lo que sí entendí, lo tomé entusiasmada. En la escuela Judía en La Haya había estudiado la historia de nuestro pueblo, pero lo que ahora había descubierto era: «Así dice el Señor, el Dios de Israel». Dios comenzó a hablarme a través de su Palabra. Sentía como si hubiera vuelto a casa y así era. El Judío Pablo escribió en su carta a los Romanos: «Porque los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables» (11:29). Irrevocables, Dios no va a cambiar de opinión; ¡eso es cierto!
Y siendo Judía, fui conmovida por cómo el Eterno, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, como pueblo nos guía, nos ayuda y, cuando es necesario, nos castiga; pero también nos da promesas de restauración, para que nuestro corazón no se derrumbe. En especial, los Salmos llegaron a ser mi «hogar». Imagínese que usted lee en el Salmo 32:8 lo siguiente: «Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre tí fijaré mis ojos.» ¡Esto me conmovió tanto! Comprendí que había un Dios que me veía y me ve personalmente. Y entonces empecé a comprender que también los versículos siguientes se aplicaban a mí: «No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, por que si no, no se acercan a ti.» Y también: «Muchos dolores habrá para el impío; mas al que confía en Jehová, la misericordia lo rodeará.» ¡Qué experiencia incomparable!
Un nuevo pacto
Pero cuando una cosa es verdad en el Tanaj, entonces eso es una garantía de que también podemos creer lo demás. Así, el Señor de Israel nos dice que vendrá un nuevo pacto para nuestro pueblo (Jeremías 31:31). Cuando escuché eso por primera vez, aguzé mis oídos y pensé: «¿Y ahora qué? ¿No tenemos los Judíos que guardar la ley de Moisés? ¿No es eso es lo que siempre se nos ha enseñado?» Sí, la ley y sus mandamientos y ordenanzas son santos y buenos. El Judío Pablo también dijo así: «Pero sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente; Sabiendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los injustos.» (1 Timoteo 1:8-9).
Al parecer, el Dios de Israel cree que la ley no es suficiente, porque él habló claramente sobre el nuevo pacto: «He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto…» (Jeremías 31:31,32). La ley de Moisés, aunque santa y buena, no es suficiente para que un ser humano entre en una relación verdadera con Dios. Y esto desvanece el dicho que nosotros los Judíos gustamos mucho de usar, y yo también en días anteriores: «Que Jesús es bueno para los gentiles, ¡pero nosotros no necesitamos de un Mediador!»
Este nuevo pacto no es una invención de los creyentes entre los gentiles, sino una profecía prometida y cumplida, dada por Dios a través de la boca de Jeremías. El propio Moisés escribió en Deuteronomio 18:18: «Yo les levantaré un profeta de entre sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare.»
Pero, ¿es Jesús el Mesías?
¡Así que me encontré aún en terreno Judío, creyendo en Aquel Profeta que salió de nuestros hermanos! Pero luego le oí a uno de mis amigos Judíos decir: «Eso no quiere decir que ese profeta es este Jesús, en el que tantos gentiles creen». Esa observación era correcta. Esta era para mí la pregunta más desequilibrante: «¿Es Jesús el Mesías?» ¿A quién se refiere aquí Moisés? También podría ser Josué, el sucesor de Moisés, pero Josué no era un profeta como lo describe Moisés. Josué era más bien un general, como por ejemplo, Moshe Dayan. Una vez más empecé a leer la Biblia. Quería una respuesta y sobre todo desde el Tanaj. Y allí, afortunadamente, empecé a reconocerlo. Especialmente a través de los profetas y del cumplimiento de sus profecías, Su retrato se hizo cada vez más claro para mí.
Una Judía completa
¿Es entonces también por causa del cumplimiento de la profecía que muchos de los gentiles han aceptado a Jesús? Una vez más la Escritura tiene una respuesta clara. Salmo 118:22 dice: «La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la piedra principal del ángulo.» Eso significa que Jesús, que ha sido rechazado por parte de Israel (los líderes), ha sido aceptado por la otra parte de Israel y por los gentiles como una piedra viva, escogida y preciosa ante Dios (ver 1 Pedro 2:4). También Simeón, quien era temeroso de Dios, confirmó esto cuando tomó al niño Jesús en sus brazos en el templo y dijo: «Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque mis ojos han visto tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; una luz para iluminar a los gentiles (según Isaías 49:6), y la gloria de tu pueblo Israel.» (Lucas 2:29-32). Entonces Simeón continúa y dice: «Mira, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha».
Desde hace dos mil años «este Jesús» ha sido una señal de que ha sido contradicha. Para los líderes y los demás, Él es una piedra de tropiezo. Para la otra parte, incluyéndome a mí (¡aleluya!), y para muchos de los gentiles, Él es la piedra sobre la cual estamos firmes, una roca que no puede ser sacudida. Quiero escucharlo, de acuerdo al mandamiento de Moisés; quiero seguir sus pasos, como los profetas han dicho de Él. Como Judía, estoy en el buen camino bíblico. No perdí mi identidad, por el contrario, recién ahora soy una verdadera Judía, completa con Jesús, el Mesías de Israel.