Rose Klein, ‘Anhelo de salvación’

Nací en Hungría. Mis padres eran Judíos ortodoxos muy devotos. Ellos me enseñaron a orar y me explicaron el significado de las tradiciones Judías. Vivíamos entre los gentiles, pero mi madre nunca me permitió jugar con sus hijos, porque ellos servían a Yeshua, y nosotros no teníamos nada que ver con él. Incluso, me prohibió siquiera mencionar Su nombre. Cada Sabbat, mis padres me llevaban a la sinagoga, pero no me gustaba ir porque no entendía lo que acontecía allí. Tenía que sentarme junto a mi madre en el balcón destinado a las mujeres y las niñas. Además, no recibí ninguna educación, pues la escuela judía era sólo para los niños. Es por eso que la mayoría de las mujeres judías no saben casi nada del Antiguo Testamento, y simplemente siguen las tradiciones de sus madres.

Comunista

Durante la Guerra Mundial, entré en contacto con comunistas en Budapest. Ellos creían que Dios no existe y que todas las personas son iguales. Como el judaísmo no me satisfacía, supuse que tenían razón y me volví comunista.

Cuando mi padre murió, yo tenía seis años. Algunos años más tarde, mi madre emigró a Estados Unidos, dejándome atrás. Cuando yo tenía veintiún años, y debido a su insistencia, me fui a vivir con ella. Por causa de mi amor y respeto por mi madre, guardé en secreto el hecho de haberme vuelto comunista. Iba con ella a la sinagoga, pero todo me parecía tan vacío. Las ceremonias y las oraciones, el sermón del rabino, nada me impresionaba.

Necesidad espiritual

Me casé con un hombre Judío y esperaba que fuéramos muy felices. Sin embargo, a menudo nos sentíamos muy insatisfechos y no teníamos paz. Íbamos a la sinagoga pero, espiritualmente hablando, no podíamos encontrar lo que buscábamos. El comunismo tampoco nos satisfacía en absoluto. Mi marido llegó a estar tan intranquilo, que nunca conseguía permanecer mucho tiempo en casa. Nos sentíamos muy deprimidos, aunque teníamos una hermosa casa y mi marido ganaba muy bien. A menudo teníamos discusiones sobre cuestiones triviales, como resultado de nuestra necesidad espiritual.

Un día, una amiga creyente me visitó y yo le conté acerca de nuestras dificultades. A esto, ella respondió: «Mi querida amiga, tú necesitas a Yeshua. ¿Tienes una Biblia en casa?» Yo no entendía lo que ella quería decir. Nosotros, los judíos, sólo conocemos un libro de oraciones, así que ella me mostró su Biblia y me explicó que consistía de dos partes, el Antiguo y el Nuevo Testamento. Era la primera vez en mi vida que veía una Biblia, y deseaba mucho leer ese Libro que ella me dejó en casa.

Recibí la salvación

Con un ávido deseo, empecé a leer la Biblia, pero no podía entender por qué mi amiga me había dicho que yo necesitaba a Yeshua, pues Él pertenecía a los gentiles. Unos días más tarde, mi amiga regresó con unos cuantos Judíos, quienes me dijeron que habían recibido a Yeshua como su Salvador, y cuán felices estaban ahora. En ese momento, sin embargo, yo no podía ver lo que ellos querían decir. Un hermano judío me llevó a algunas reuniones donde explicaron, a partir del Tenach, que Yeshua es el Mesías de Israel. Él me llevó también a la sinagoga Hebreo-Mesiánica.

Me sorprendió que hubiera tantos judíos que testificaran que pertenecían a Yeshua. El Dr. Michelson fue el orador ese día. Él explicó tan claramente que Yeshua es nuestro Mesías prometido, que me emocioné profundamente y llegué a la conclusión de que «Yeshua es Aquel a quien nosotros, Judíos, anhelamos tanto». Sin conocerme, el Dr. Michelson se dirigió a mí al final del sermón y me dijo: «Querida hermana, ¿quieres aceptar a Yeshua como tu Salvador?» Con lágrimas en mis ojos, dije: «¡Sí!» Entonces, junto con algunas otras personas, él oró por mí y, al arrodillarnos, le entregué mi vida a Yeshua. Le confesé mis pecados y experimenté que, en Su gracia, me perdonó. Él me limpió con Su sangre preciosa.

También mi esposo

Era bastante tarde cuando llegué a casa, y mi marido ya estaba durmiendo. Yo estaba tan feliz que no podía esperar hasta el día siguiente para darle la buena noticia. Así que lo desperté y le dije: «¿Sabes lo que pasó? ¡Descubrí que Yeshua es realmente el Mesías Judío!» Él me miró como si pensase que yo había perdido la razón y gritó airadamente: «¡Sabes que somos Judíos y no quiero oír nada acerca de Yeshua!» A la mañana siguiente, me reprochó que hubiera perturbado su sueño y dijo que él no quería tener nada que ver con eso. Busqué refugio en la oración, y le pedí al Señor que salvara a mi esposo, que, en toda su inquietud e insatisfacción, tanto necesitaba a Yeshua. Me alegré mucho cuando, unos días más tarde, él también fue a ver al Dr. Michelson para formularle todas sus preguntas. Finalmente, mi esposo se rindió a la voz del Di-s y aceptó a Yeshua como su Salvador.

Alegría indescriptible

Mi esposo y yo fuimos bautizados el día de Pascua. Ese fue el día más feliz de nuestras vidas. Fue tan maravilloso testificar acerca del cambio en nuestras vidas a los muchos judíos y no judíos que estaban presentes. Mi esposo y yo sentimos la cercanía del Señor más que nunca. Habíamos buscado por todas partes y, cada vez, ¡todo había terminado en decepción! Cuán diferente llegó a ser todo cuando Yeshua entró en mi corazón. Ninguna palabra puede describir la alegría indescriptible con la que Él llenó mi alma. Ahora puedo descansar en los eternos brazos de mi Redentor. En el pasado, yo odiaba a Yeshua, ahora Lo amo y quiero seguirlo como su fiel discípula.

Fuente: Arthur U. Michelson. My Life Story: Out of Darkness into Light. The Jewish Hope Publishing House